Una de las conjeturas blandidas por los escépticos sobre el cambio climático antropogénico para oponerse a la responsabilidad humana sobre la reducción de emisiones de CO2, CH4 y N2O es que los ciclos de calentamiento y enfriamiento del planeta se deben únicamente a la actividad solar, no a los gases de efecto invernadero. Según esta afirmación, las temperaturas aumentarían de acorde a una mayor presencia de manchas en nuestra estrella, y descenderían paralelamente cuando se da menor cantidad.
Pero ¿cómo lo demuestran? Todo lo que publican es un gráfico parcial de los ciclos solares, acompañado de la aseveración de que las temperaturas siguen la misma curva y la promesa de que el planeta se enfiará en breve conforme a una prevista bajada en el número de manchas solares. Si cualquiera de esos especuladores del enfriamiento global tuviera un mínimo afán investigador no podría resistir a la tentación de contrastarlo con las anomalías térmicas en el mismo período para convencernos de sus manifestaciones, ¿cierto?
Les bastaría con cruzar los registros del GISS Surface Temperature Analysis (GISTEMP) y del International Space Environment Service (ISES), organismos de los que se sirven cuando tienen la ocasión de atrapar algún dato truncado que les convenga para sostener sus supuestos, como por ejemplo un mes puntual cuya anomalía a la baja no repita récord de calentamiento.
Pero ya les ahorro el trabajo; curioso que es uno.
He aquí las dos series comparadas a lo largo de los períodos comunes hasta la fecha (enero 1991 – agosto 2014), con gráficos presentados en diferentes referencias axiales, y con curvas de tendencia:

Número de manchas solares y anomalías térmicas de la superficie global en centésimas de °C. Gráfico monoaxial

Número de manchas solares y anomalías térmicas de la superficie global en centésimas de °C. Gráfico biaxial
Bien, ¿dónde está esa supuesta correlación entre la actividad solar y las variaciones de temperatura global?
Pues simplemente, al menos en la escala de los datos disponibles, no existe.